SMM

AJUSTE DE CUENTAS

«Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre». Esta frase que Castellio dedicó a Calvino después de que éste lograra que los ginebrinos quemaran en la hoguera a Servet ocupó un espacio central en el acto con que ayer se incorporó a la Real Academia Española (RAE) al profesor Santiago Muñoz Machado, quien acostumbra firmar sus trabajos y tarjetones con las iniciales SMM. El título de su discurso fue Los itinerarios de la libertad de palabra.

Muñoz Machado, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense y figura importantísima en la actual configuración del Estado español, de la que se ha mostrado muy crítico en su última obra Informe sobre España, rindió homenaje al fallecido Mingote, quien ocupara antes que él el sillón r de la RAE, y dijo que nada mejor para ello que recordar cómo llegó a respetarse la libertad de palabra en todos los órdenes.

A la luz de su discurso, el viaje no ha sido sencillo y nada garantiza que las cosas no puedan involucionar. Cuando Europa asiste atónita a las agresiones de la espasmódica yihad individual, Muñoz Machado recordó que la libertad de palabra está unida a la lucha contra la intolerancia religiosa y la censura. Y de ahí vinieron las citas de Castellio, el hombre que desnudó la dictadura calvinista. El mismo Castellio que afirmó que «buscar y decir la verdad no puede ser un delito».

Sin embargo, el nuevo académico subrayó que han tenido que pasar siglos para que estos principios europeos se convirtieran en una certidumbre global. Milton y Locke los reformularon en Inglaterra, pero no pudieron hacer nada contra los límites que impuso la doctrina antilibelo anglosajona, que asimilaba la crítica política a la injuria o que valoraba como plausible el que ciertas verdades no fueran difundidas. Esa idea pasó a América y fue en EEUU, donde después de 200 años, se sentaron las bases para que la búsqueda de la verdad dejara de ser delito y se consideraran separadamente los hechos y las opiniones. Figuras clave en esto fueron los jueces Oliver W. Holmes, Louis Brandeis (aquel que escribía contra el poder excesivo de los bancos a principios del siglo XX) o el magistrado William Brenan, quien consideró que la libertad de palabra era una faceta del ejercicio del poder soberano de los ciudadanos.

Estas ideas que hoy nos parecen tan obvias, sólo quedaron recogidas en el siglo XX en la jurisprudencia de nuestro continente a través de un sentencia del Tribunal Europeo de 1988. Una vez más, las buenas ideas europeas maduran y se expanden mejor en EEUU (también ocurrió con internet). Paradójicamente, el Reino Unido sólo dio satisfacción al filósofo Milton 10 años después, en 1998, cuando introdujo la nueva doctrina en su orden constitucional mediante la novísima Human Rights Act.

«Todo esto acaba de ocurrir», dijo Muñoz Machado al terminar. «No debemos banalizarlo. Ha costado centurias tener una misma concepción de la libertad de expresión y no podemos ceder ante cualquier amenaza».

john.muller@elmundo.es